ENTRE "WHISKY" Y "RON"
(06/03/2012)
Al parecer existe una norma no escrita según la cual, si te afilias a un partido, con los amigos ya no puedes volver a hablar de política, porque corres el riesgo de que dejen de serlo. Y es verdad. El aire se puede cortar.
De manera, que antes podíamos dialogar sobre todo, y por supuesto, cada uno podía ser del color que quisiera; y aunque el voto es secreto, todos sabíamos el signo de las papeletas que cada uno había introducido en la urna en cualquier día de elecciones.
Podíamos pasarnos toda la noche discutiendo, entre whisky y ron, si la ley antitabaco perjudicaría o no al sector de la hostelería; o por qué los que antes criticaban a unos por cambiar la ley de desempleo, no la “descambiaban” ahora que eran ellos los que gobernaban… ¿Quizás porque estaba bien y a lo mejor, digo, sólo se oponían porque eran otros los que tenían los “cataplines” de meterle mano a un asunto tan espinoso e impopular?...
Al parecer –escribía- existe esa norma consuetudinaria, producto del instinto atávico heredado de nuestros padres –hijos de la posguerra- donde la mejor manera de sobrevivir era “no señalarse” y pasar lo más desapercibido posible, pues nunca sabes de quién puedes fiarte.
¿Será, que tras más de treinta y tantos años de libertades, nuestra democracia no ha madurado, aún, lo suficiente?
Inseguridad en uno mismo y en la salud de su discurso no es, porque si no, tampoco antes hubiéramos tratado esos temas. Y disentido, en la mayoría de las ocasiones…
¿Desinterés repentino y apatía crónica con respecto a cualquier ítem sociopolítico, pero sólo cuando yo estoy presente?... No, realmente no lo creo.
Pienso que se trata de otra cosa, algo que subyace en lo más profundo de la psique de todos los individuos desde que la sociedad se erige como tal. Creo, que es el miedo al que ostenta el poder.
Tu amigo y tú podíais hablar de todo lo divino y lo humano porque os sentíais iguales y también porque teníais las mismas potencialidades -que las seguís teniendo-; pero en el momento en que te afilias, aunque seas el último mono del partido -que lo eres-, subes un escalón. A partir de ese momento entras en la carrera de la política, y aunque las probabilidades matemáticas de que algún día puedas llegar a mandar algo son ínfimas, eres como el muñeco de una caja-sorpresa. Estás ahí, agazapado. Esperando tu momento. Eres energía potencial soñando con convertirte en energía cinética de tu ayuntamiento, tu comunidad autónoma o tu país… Y TU AMIGO, LO SABE. Lo sabe y lo teme; porque como habíamos dicho antes, llevamos la desconfianza en la sangre, como herencia filogenética.
…Y yo os digo, amigos, no seáis tontos… Sigo siendo el mismo de antes. Con menos tiempo para vosotros, pero el mismo… Y como hoy le contaba a un compañero del partido, Juan Antonio, -al que con el tiempo espero poder contar entre mis amigos-, afiliarse a un partido no mayoritario es, más o menos, como apadrinar un niño en Colombia: pagas la cuota hasta que el dinero te hace falta para otra cosa…
Enrique J. Valdivia Ocón
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